Hoy voy a escribir sobre escribir. No sobre un libro, ni sobre un poema, ni sobre un cuento, ni sobre ningún tipo de obra. Sobre escribir, simplemente.

Escribir es un arte, el que no lo hace y no lo siente, no lo comprende. Puede imaginar cómo se siente, tener una idea tan cercana a la exactitud que duela, pero no se sabe qué se siente hasta que se empuña la pluma y se descarga todo, toda la rabia y el amor, toda la culpa y toda la paz, todo el sufrimiento y toda la impotencia. Y no se encuentra el momento de saciedad; una vez que se comienza a escribir, no se termina. Aún si se estuvieron meses sin haber escrito, la inspiración es un amante que siempre regresa.

No se puede explicar el arte, no se puede calificar el arte, no se puede puntuar el arte como algo frío y libre de sentimientos. No se puede, tampoco, creer que se conoce a un autor por conocer sus obras. Después de todo, solo él sabe qué hay detrás, qué se pensó en el momento, qué se sintió y por qué, cómo se formó lenta o abruptamente la urgencia de plasmar en papel lo que hasta ese momento fueron ideas sueltas, sentimientos enmarañados, infinita cantidad de nudos en la garganta.

Lo que sí se puede hacer es interpretar, creer o no creer, asociar lo leído a nuestras propias experiencias. Lector se nace sin saberlo, escritor también. Se descubre. Y ese es el sentido de la literatura: descubrir.

Romina Cabrera Lasserre.